LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN LA SANTIFICACIÓN DEL CREYENTE III – ÚLTIMA PARTE
© Carlos Padilla – Octubre 2019
La Obra del Espíritu Santo en la Santificación del Creyente – Romanos 8:26-27
26Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. 27 Más el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.
Podemos confiar en que el Espíritu de Dios hará Su obra en nosotros, porque Él intercede por nosotros con gemidos indecibles, conforme a la voluntad y fidelidad de Dios.
Abraham oyó a Dios prometerle que sería padre de naciones de gentes. En ese momento no tenía hijo, no había recibido la circuncisión como señal del pacto, no había hablado con Sara, de noventa años, por lo que podríamos decir que estaba en debilidad ¿o deberíamos decir algo más fuerte, como sin esperanza, sin opciones? algo increible le decía Dios (Ge. 15:1-21). Por si fuera poco Dios dijo a Abram (todavía no le había cambiado el nombre) que además entregaría la tierra a su descendencia. Luego le dio la señal del pacto en la circuncisión (Ge. 17). Podríamos decir que el Espíritu de Dios “ayudó en su debilidad” (Ro. 8:26) intercedió por él, le dio fe, le ayudó a orar. Pero donde el corazón se nos encoje es en (Ge. 22) cuando, tras hacer Dios el milagro de que Abraham y Sara tuvieran a Isaac, Dios le pide que se lo ofrezca en sacrificio. Y vemos al patriarca llevar a su hijo amado, a su único, nacido en su vejez, con la leña, para dárselo a Dios. ¿Cómo podría un hombre de Dios hacer tal cosa? De nuevo no puedo encontrar otra explicación que el Espíritu Santo ayudando a Abraham en su debilidad con algo más que gemidos indecibles. Sin embargo Dios, tras proveer un animal y evitar a Abraham el sufrimiento de sacrificar a su hijo, sacrifica al Suyo, a Jesucristo, por amor a nosotros. En nustra vida hay ocasiones parecidas a las de Abraham. No sé cuantos de ustedes habrán tenido que enfrentarse a perder aquello que tantos años y sufrimiento ha costado, siendo concedido por Dios en sus vidas, pero hay una razón por la cual Dios hace esto: solo Él ha de ocupar el primer lugar en nuestro corazón. El Espíritu Santo siempre va a estar en nosotros y a nuestro lado para darnos fuerzas sobrehumanas para los momentos clave de nuestras vidas, tal es Su amor por nosotros.
El significado de “santificación” es apartar, y en nuestro caso, para Dios. Los términos kadosh en hebreo para santo, y griego hagios[1] verbo, jagiazo[2], hacer santo. Esta obra de santificación del Espíritu Santo (1 Co. 6:11) es parte de las acciones que demuestran la deidad del Espíritu Santo según comenta Ryrie[3]. Por su parte también Millard Erickson[4] nos habla de la obra de santificación del creyente hecha por el Espíritu Santo cómo muestra del amor de Dios que incluye: Benevolencia, Gracia, Misericordia, Persistencia. Pero del amor y la justicia de Dios quiero resaltar “persistencia (hebreo: ‘erek ‘appayin – Ex. 34-6; y griego makrothumia)” refiriéndose a esa obra continua de santificación, al tiempo que ha sido una obra de esencia, lo cual muestra Su amor por nosotros. El amor de Dios incluye el haber puesto Su Santo Espíritu en nosotros haciéndonos Su templo, desde el cual clamamos “Abba, Padre” cada día y en cada momento habiéndonos dado un vínculo eterno con el Padre, en Cristo (1 Juan 1:3).
(8:26, 27) del mismo modo que nosotros gemimos (8:19-22) y la creación gime (8:23-25) ahora vemos que también el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles. Nuestra debilidad se refiere a nuestras limitaciones como creyente, ¡cuántas veces pedimos egoístamente! y ahora nos ayuda en la oración intercediendo por nosotros para que nuestra oración sea eficaz en cuanto a las necesidades de los santos y nuestras, porque él las conoce mejor que nosotros y nos considera hijos amados con quienes compartirlo. Él nos recibe para interceder con unos gemidos espirituales ante el Padre, trayéndonos paz al saber que Él está guiándonos a interceder y llevar la carga por aquello que Dios tiene preparado para nosotros; esto implica tanto pedir, como buscar y esperar respuesta, una experiencia fruto de la intimidad con Cristo en la oración con el Espíritu Santo, en la permanente obra de santificación del creyente. La santificación del creyente siempre ha sido uno de los caballos de batalla de la teología, pues en el catolicismo en su obra compartida, Lutero y Calvino en la del Espíritu hasta donde se puede, con verdadera posibilidad de alcanzar la perfección, pero rara vez se consigue en esta vida; sin embargo Wesley insistía en la predicación de la perfección cristiana[5].
Concluimos que cuanto mayor es nuestro gemido, mayor gloria recibirnos porque Dios ha previsto que en nuestro sufrimiento esté intercediendo el Espíritu con gemidos mayores que los nuestros, además de animarnos en que todo dolor no será desperdiciado, sino que tendrá un propósito, pues Dios tiene poder para cambiar el daño en bendición haciéndonos más semejantes al Hijo. Esto nos da gran tranquilidad a los creyentes, comenta Stanley[6]. Los creyentes romanos no lo tuvieron fácil muchas veces; tampoco nosotros a veces lo tenemos fácil, pero Dios nos reconforta y debemos confiar en Él. Cuanto más débiles estamos en espíritu más fuerte está el Espíritu en nosotros. El sábado anterior a un domingo que tenía que predicar no era capaz de centrarme por un problema familiar con mi hija que estaba pasando por una etapa difícil previa a ir a la universidad –los que son padres de hijos mayores sabrán de lo que hablo– traté de buscar que otro hermano predicara pero finalmente confié en el Señor y solo me presenté con las ideas básicas; fue uno de los mejores y más profundos sermones para la unidad en la iglesia a pesar de las dificultades. Swindoll[7] resume puntos interesantes: No dé por sentado que el sufrimiento es resultado del castigo de Dios. Espere a que termine el sufrimiento, Dios le dará mayor gozo. No dé por sentado que el Señor le abandonó. Confiese su temor y duda y pídale fuerza para seguir adelante. No dé por sentado que Dios le ha rechazado u olvidado. Siga fiel, aunque su carga haya de reducirse de forma temporal. No dé por sentado que sus oraciones no han sido oídas. Siga orando, aun cuando no sepa qué decir (el Espíritu Santo intercede con gemidos indecibles). No dé por sentado que su sufrimiento le permite darse por vencido. Confíe en que Dios le dará poder en su debilidad. Vila-Escuain[8] en su Diccionario Bíblico también reflejan cómo Romanos 8 enseña que la obra redentora de Cristo provee la renovación espiritual, y la santificación completa, hasta el definitivo triunfo de aquellos que están en Cristo. De igual forma nos relata Charles Spurgeon en su inspirado libro “Holy Spirit” (Espíritu Santo)[9] que precisamente la obra del Espíritu Santo es la que nos lleva a deleitarnos en la presencia del Padre tras habernos hecho en Cristo por la oración con Él. Charles Ryrie enseña que en la práctica y por experiencia, la plenitud del Espíritu es el más relevante de los aspectos de la doctrina del Espíritu Santo. Por la llenura, se llevan a cabo en nosotros y desde nosotros los ministerios. Para la obra de santificación del Espíritu Santo en el creyente se requiere madurez, tiempo y control continuo bajo Su poder. Una exigencia para el creyente es estar lleno del Espíritu, algo que se repite, a diferencia del bautismo, presencia, el sello o la regeneración. Los apóstoles fueron llenos en Pentecostés (Hch. 2:4) y luego ante el Sanedrín (4:31), pero la condición es la obediencia[10].
Finalmente, al igual que Pablo les recuerda a los creyentes romanos que si siguen confiando en la obra de santificación del Espíritu Santo entenderían que los dones son también fruto de la santificación que del Espíritu Santo, esto ha de ser también un recordatorio para todos nosotros; la santificación verdadera es la que depende del Espíritu Santo, quien además administra y gestiona en nosotros el uso de Sus dones, así como el llamamiento a los ministerios, como las misiones[11]. Pero de dones y ministerios del Espíritu hablaremos en otra ocasión.
Conclusión
Cierro esta exposición como la empecé, hablando de ese Amigo especial al que debemos la vida diaria, si es que Le amamos, si es que nos duele apartarnos de Él, si es que, en definitiva y como dice el Texto inspirado de Pablo, ese Amigo tan especial habita en nosotros. Aquellos de ustedes que Le conocen sabrán apreciar cuan doloroso es perder la cercanía y la intimidad con Él, porque han sido ungidos con Su presencia, han visto Su obra en sus vida y en las de aquellos a quien aman y por los que oran. Pero la conclusión debe ser clara y no olvidarse, Dios ve nuestro corazón y sabe cuánto Le amamos y que no queremos perdernos ni un poco de Su presencia en nuestras vidas en este mundo mientras esperamos la venida de lo perfecto, y es precisamente por eso que dice el Texto: “…el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (8:26) tal es Su amor por nosotros que no deja que la relación con Él dependa solo de nosotros. Por mucho que oremos, luchemos, estudiemos la Palabra, ayunemos y suframos para que no se aparte de nuestro lado, recordemos que dependemos de Él, nos hemos entregado a Él y nos ama. Si creemos que nos cuesta andar en el Espíritu, pidámosle, porque el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles. Si algunos aun dudan de si tienen al Espíritu, pídanle porque el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles. Y, si no sabemos que pedir, pidámosle, porque el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles. Sea cual sea nuestra carga hoy, Dios sabe por lo que cada uno de nosotros está pasando y por las dificultades personales, familiares, económicas o espirituales que cada uno de ustedes está enfrentando hoy, y no digo que la vida en este mundo sea fácil, pero tenemos las arras del Espíritu y podemos estar seguros de una cosa que es más fuerte que todo lo que nosotros podamos hacer, y es que, nuestra santificación −esa relación íntima preciosa e imposible de adquirir sin que el Espíritu de Dios habite en nosotros para entrar en el Lugar Santo del corazón de Dios, rasgado el velo de nuestra carne− depende de la obra del Espíritu Santo en la santificación del creyente. ¡Que Dios les bendiga y santifique!
Lea la primera parte en: Andando en el Espíritu…
Lea la segunda parte en: ¿Tenemos al Espíritu?…
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[1] Samuel Vila. Ventura. “Nuevo diccionario bíblico ilustrado”. (TERRASSA, Barcelona: Editorial CLIE, 1985), 1069.
[2] Vine. 1561.
[3] Charles C. Ryrie. El Espíritu Santo. (Grand Rapids, Michigan: Editorial Portavoz, 1993). 2008), 23.
[4] Millard J, Erickson. Teología sistemática. (Viladecavalls, Barcelona. España. Editorial CLIE, 2008), 886.
[5] Justo L. González. Diccionario Manual Teológico. (Viladecavalls, Barcelona. España. Editorial CLIE, 2010), 266.
[6] Stanley, Charles. El Evangelio de Dios. Comentario de Romanos. Traducción de Santiago Escuain. Edición Electrónica SEDIN, Girona. España, 2003), 86
[7] Swindoll. Posición 3720.
[8] Samuel Vila. Ventura. 1022.
[9] Charles Spurgeon. Holy Spirit. Espíritu Santo. (New Kensington. P.A. Whitaker House, 2000), 45.
[10] Charles C. Ryrie. 112.
[11] Hayward Armstrong, Mark McClellan, Davis Sallis. Introducción a la Misiología. (Reaching and Teaching International Ministries. Louisville, Kentucky, USA, 2011), 105.