
LAS VICTORIAS DE CRISTO EN LA CRUZ
¡JESUCRISTO VIVE Y VUELVE!
© Carlos Padilla – Abril – Semana Santa – Pascua 2023
¡Cristo vive! se ha convertido en una declaración de fe en sí misma, una que anuncia en dos palabras la resurrección. Pero, además esperamos la venida de Jesucristo al final de los tiempos proféticos de Su Palabra, y sabemos que todas las profecías de la Biblia se cumplen sin excepción. Además lo hacemos sabiendo que antes de Su resurrección obtuvo una serie de victorias por Su muerte en la cruz, la cual, a modo de altar recibió Su sangre para expiación de los pecados. La Pascua trata precisamente de esto, de cumplir aquello que fue anunciado, que “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Esas victorias incluyen la expiación sustitutiva y la propiciación, la justificación por la fe, la redención, y la reconciliación de los que Le aman y aceptan como Salvador. La salvación, para ser efectiva, debía dar cumplimiento definitivo a todos los preceptos de la justicia divina, que ahora son para nosotros los creyentes las victorias de la obra de Jesucristo por amor a nosotros. Esta Semana Santa o Pascua comparte las victorias de Cristo en la cruz, porque… Sigue leyendo…
LAS VICTORIAS DE CRISTO EN LA CRUZ
Jesús nos ofrece el plan de salvación que cumple con todas las justicias santas exigidas por la justicia divina y que el hombre, bajo la Ley de Dios debería haber guardado y cumplido, pero no puede y necesita un Salvador de parte de Dios. Las victorias de Cristo en la cruz son fruto de Su sufrimiento, del cual habla el apóstol Pedro como las glorias que vendrían tras esos sufrimientos en la cruz. En (1 Pedro 1:10-11) leemos: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos”.
Las victorias de Cristo en la cruz son: La expiación sustitutiva y la propiciación, la justificación por la fe, la redención, y la reconciliación.
La expiación y la propiciación está documentada a nivel de la Ley de Dios en el libro de “Levítico” donde encontramos los holocaustos y las ofrendas, donde la sangre se rociaba sobre el altar y el propiciatorio para limpiar el pecado del pueblo y santificar el Lugar Santo. Así se cumplía la expiación por el pecado, y la propiciación –puedes leer un estudio sobre qué es el pecado en “Hamartiología”. Pero en el libro de “Hebreos” encontramos toda la visión espiritual, el cumplimiento final explicado por el apóstol Pablo, sobre la obra de Jesucristo. Nosotros, siendo cristianos que creemos en la obra de Cristo en la cruz, y por el derramamiento de Su sangre, tenemos amplia y abierta entrada al Lugar Santo siempre, porque Cristo, como Cordero de Dios entro de una vez para siempre en el cielo mismo, como dice el apóstol Pablo en (Hebreos 9:24), en el corazón del Padre para abrir el camino para nosotros por la fe, si venimos a Dios con un corazón santo y humilde, y arrepentidos del pecado, a buscar Su amor.
La justificación por la fe, es el lema de la Reforma Protestante del siglo XVI para la Iglesia que se había desviado de la Palabra de Dios. Esta justificación por la fe, presenta la obra de Cristo en la cruz desde el punto de vista jurídico, como en un juicio, donde el acusado es aquí cualquiera de nosotros, pecadores, con una clara culpabilidad por la acusación de la conciencia y/o por la propia Ley de Dios, que el fiscal usa para acusarnos. El juez justo es Dios, pero tenemos un abogado que es Cristo, quien tiene un acta que demuestra que nuestra pena está cumplida, ha sido pagada, nos justifica, y es la Sangre de Cristo en la cruz en nuestro lugar, la cual el juez acepta como justicia otorgada, la mayor de las justicias posibles. Pero el culpable, ahora, debe recibirla y manifestarla, esto es, la justificación por la fe del que cree y recibe el pago que su abogado, Jesucristo, ha presentado al Juez, Dios Padre, que anula la condena que el fiscal acusador había presentado. La victoria es del Abogado, Jesucristo, y nos otorga esa victoria para hacerla nuestra, por la fe (Romanos 3:24). Nuevo Testamento o Nuevo Pacto, necesita que haya muerte del testador, el cual es Cristo, quien ha muerto y resucitado, por lo tanto el Nuevo Pacto en Su sangre ha hecho viejo el Antiguo Pacto (Hebreos 9:16).
La redención era algo anhelado por los esclavos, ya que no podían vivir de forma libre, y aunque algunos tenían posiciones destacadas en las casas de sus señores, debían contar con el precio que debían pagar, o contar con un acta que sus dueños estuvieran de acuerdo en que se les diera para obtener la libertad. Nuestra situación de esclavos del pecado, nos hace necesitados de un redentor, de un libertador, como lo fue Moisés para el pueblo de Israel de la esclavitud del yugo del Faraón de Egipto. Nuestro Señor Jesucristo ha pagado el precio de nuestra libertad en la cruz, con Su vida y con Su poder nos hace libres del pecado, nos hace aborrecedores del pecado (Marcos 10:45). Aunque el cristiano pueda pecar, ya no busca pecar, mientras que el no redimido busca el pecado. Comentaba Ernesto Trenchard que debemos apropiarnos del poder total de liberación de la victoria de Cristo en la cruz, y asimilar que somos libres del pecado. La fe en aumento, y la santificación en oración, aumentan nuestro poder de ser libres, en Cristo. El hombre se puso bajo el poder del diablo al aceptar su sugerencia de desobedecer a Dios y se hizo esclavo del engañador (Hechos 26:18). Y por mucho que lo nieguen los que quieren independizarse de Dios y vivir su vida a su modo, y se justifican en su propia moral cambiante a medida que pecan, saben que la muerte les espera, y el juicio de Dios, y viven esclavos del temor (Hebreos 2:14-15).
Hemos sido redimidos y solo tenemos que aceptarlo por la fe: “Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?”, (Hebreos 9:11-14).
La reconciliación, por último, refleja el estado de enemistad en el que nos encontramos ante Dios por vivir separados de Él, hasta que recibimos la salvación que Cristo ha conseguido para nosotros, por la fe. Pablo lo expresa a la perfección en su carta a los (Romanos 5:10-11): “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación”. La reconciliación requería un sacrificio, lo cual vemos que era también algo que hacía el propio sacerdote por él y su casa para poder servir a Dios en (Levítico 16:6). Pero Cristo en la cruz ya nos ha reconciliado, si creemos en Su obra reconciliadora, la cual está abierta a Judíos y a Gentiles. Ahora solo le falta al creyente arrepentirse y venir a Cristo como en la Parábola del Hijo Pródigo (Lucas 15:11-32 – recomiendo su lectura) sabiendo que el Padre nos espera con los brazos abiertos.
Estas victorias de Cristo en la cruz nos libran de toda la carga penal por el pecado imputado a toda la humanidad, desde Adán y Eva, que tan evidentes resultados ha producido en todas las épocas de la humanidad, pues todos pecamos (Romanos 3:23). La culpa y el castigo de nuestro pecado lo llevó nuestro Señor Jesucristo al altar de la cruz en Su propio cuerpo, por amor de nosotros; no hay mayor amor que este, que Uno ponga Su vida por Sus amigos (Juan 15:13), y no se trata de cualquier hombre, por muy santo que fuese, sino del mismo Dios-Hombre, Dios hecho hombre, el Hijo de Dios, quien se ofreció en nuestro lugar. Sólo Él, por ser el Cordero de Dios, es limpio de pecado y es aceptable ante la justicia divina, y por tener una vida indestructible, puede de una vez para siempre cumplir toda la justicia de la Ley expiatoria sustitutiva, propiciatoria y redentora, y cuyo resultado nos reconcilia con Dios. Así pues: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan”. (Hebreos 9:27-28). Y finalmente el Espíritu Santo confirma: “Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones”. (Hebreos 10:16-18).
EL NUEVO NACIMIENTO Y LA SANTIFICACIÓN DEL CREYENTE
Ya cumplidas las victorias de Cristo en la cruz, el creyente acepta la salvación si se ha reconocido pecador y necesitado del Salvador. Así, pues, es por el arrepentimiento “metanoia” en griego, cambio de mente o de forma de pensar sobre nuestra naturaleza caída que no puede ser espiritual en el sentido que Dios lo es, llega ante Dios para ser regenerado, nacido de nuevo del Espíritu por recibir el Evangelio por la fe. La conversación de Jesús con Nicodemo sobre la necesidad de nacer de nuevo la encontramos en (Juan 3:3), la cual nos hace una nueva criatura, nos da el poder de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:12), a todos los que Le recibieron, a los que creen en Su nombre; lo que incluye Su obra salvadora. Ahora, una vez regenerados, Jesucristo nos pone en manos del Espíritu Santo, una vez salvos, para ser santificados. Así damos frutos del Espíritu hasta que vuelva Jesucristo, Aquel que vive por la eternidad, para establecer, también en este mundo, Su Reino eterno.
La victoria final de Cristo en la cruz es la salvación de nuestras almas, y más que nuestras almas, todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo (1 Tesalonicenses: 5:23). El alma trasciende a la muerte del cuerpo, pero tiene un principio, pues Dios la creó (Ezequiel 18:4) y puede destruirla en el infierno (Mateo 10:28). El infierno es el lugar de castigo del pecador que no se arrepiente, que vive soberbio y enemigo de Dios, un lago de fuego y azufre que es la muerte segunda (Apocalipsis 20:14) y donde son echados los demonios y las personas impías. Pero las victorias de Cristo en la cruz nos dan salvación de ese lugar de tormento eterno. Es tan serio y tan grave el ignorar la importancia de evitar ese lugar, que Dios, en Su amor por nosotros ha provisto nuestra salvación por la fe en la obra de Su Hijo en la cruz. Para profundizar más sobre la obra de Cristo en la cruz, leer: LA PASCUA
Finalmente, tras las victorias de Cristo en la cruz, que han culminado en nuestra salvación, nuevo nacimiento y santificación, hay otra victoria que sigue perdurando hasta el regreso del Señor, y es que Su Iglesia sigue cumpliendo la Gran Comisión, haciendo discípulos de todas las naciones casi 2000 años después de Su resurrección y ascensión, salvando almas por la predicación del Evangelio, para la gloria de Dios.
CONCLUSIÓN
La Semana Santa o Pascua es un triunfo contra la muerte y el pecado del hombre, pero nosotros no podíamos conseguirlo y la gracia de Dios ha provisto la obra de la salvación que incluye las victorias de Jesucristo en la cruz: La expiación sustitutiva y la propiciación, la justificación por la fe, la redención, y la reconciliación de los que Le aman y aceptan como Salvador.
Tras recibir por la fe la salvación que nos otorga las victorias de Cristo en la cruz, y consecuentemente por haber nacido de nuevo del Espíritu, la santificación del creyente es una obra posterior a esas victorias de Jesucristo en la cruz, que realiza el Espíritu Santo, quien hace Su morada en cada uno de nosotros que somos templo de Dios (1 Corintios 3:16-17), si Le abrimos nuestro corazón, siendo la culminación de la obra de Dios en nosotros. Esta obra dura desde nuestro nuevo nacimiento por la fe, hasta nuestra resurrección. Acompañando a la santificación progresiva durante nuestras vidas, va el cumplimiento de la Gran Comisión, cuando damos testimonio de nuestra fe, cuando predicamos el Evangelio y cuando hacemos buenas obras en nombre de Jesucristo. La Gracia de Dios es y ha sido la fuente de la vida espiritual de donde se originó nuestra salvación, desde antes de la creación del mundo (1 Pedro 1:20), de modo que ya la muerte a causa del pecado es vencida, como leemos en (1 Corintios 15:54-58): “…Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Más gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medido de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”.
¡Cristo vive y vuelve! debe ser nuestro lema de fe y esperanza, mientras damos frutos del Espíritu para la gloria de Dios. La resurrección lo cambió todo y ahora esperamos la venida del Reino de Dios que traerá cielos nuevos y tierra nueva, donde mora la justicia (2 Pedro 3:13). Demos gloria a Dios por las victorias de nuestro Señor Jesucristo en la cruz para todos los que Le aman y Le esperan! ¡Aleluya! ¡Hosanna! ¡Amén!