
LA TIERRA PROMETIDA
EL VIAJE DE TU VIDA
© Carlos Padilla – Noviembre 2013
La Tierra Prometida, la tierra de Canaán, la tierra a la que Abraham fue encaminado por Dios, y que más tarde recibiría Israel al regresar de Egipto cuando fueron liberados de la esclavitud, de forma prodigiosa por Moisés, enviado de Dios. Las cualidades de esta tierra y la promesa de Dios sobre ella incluían muchas y grandes bendiciones para el creyente, y para el pueblo de Dios. De esta forma hallamos que estar en la Tierra Prometida es un estado de gracia y de bendición que Dios provee a los que Le aman.
En el sentido espiritual vemos que, simbólicamente, la Tierra Prometida es precisamente ese estado de gracia que Dios nos da cuando creemos en Él, cuando Le amamos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas. Así encontramos que no sería Moisés, sino Josué quien conquistaría la Tierra Prometida. En este punto, hay un contraste con respecto a que es Dios quien nos da esa tierra, al ver que es una conquista. La respuesta es que hemos de luchar para conquistarla, pero Dios nos da Su estrategia, Su protección, Su bendición y Su provisión para ganarla con Su favor.
JOSUÉ nos muestra precisamente todos los pasos de la conquista en el libro que lleva su nombre, el primero tras el Pentateuco en el Antiguo Testamento. Pero esos pasos tienen un significado simbólico, junto con los que siguió Moisés para sacar a Israel de Egipto, los cuales, si los seguimos en nuestra vida podremos entrar en nuestra Tierra Prometida, allá donde estemos, en ese estado de gracia que Dios nos promete y provee para que la conquistemos.
Pero no hay solo una Tierra Prometida, como un estado de gracia de Dios, ni solo una Tierra Prometida histórica, como la conquista que llevó a cabo Josué. También hay otras tierras prometidas ante nosotros, y del futuro, no solo físicas sino espirituales. Conquistas que llevaremos a cabo con la ayuda de Dios, si lo hacemos a Su modo, siguiendo Sus instrucciones. Las almas de nuestro prójimo son Tierra Prometida, y esta es la labor de la predicación del Evangelio. Y también el Reino de Dios es la Tierra Prometida futura y eterna, a la cual entramos por la salvación de Jesucristo en la Cruz, viviendo una vida santa, una vida con el propósito del Mandamiento más importante de todos: el amor a Dios, y el segundo, el amor al prójimo, Marcos 12:30-31. Si caminamos con Cristo según Juan 15:7, tendremos acceso al Padre, la Tierra Prometida final, el corazón de Dios.
Antes de entrar en la Tierra Prometida, sea en esta vida, sea en la región espiritual o en la eternidad, muchos creyentes que salieron de la esclavitud siguen dando vueltas en el desierto en lugar de poder dirigirse al lugar de entrada a la orilla del Jordán, al río que tendrán que cruzar. Si no pueden encontrar el camino es porque no obedecen a Dios, siguen murmurando contra Él, siguen quejándose por todo y no tienen la mira en Dios, sino en ellos mismos. Esta es la historia del pueblo de Israel cuando salió de Egipto durante 40 años por el desierto, un viaje que pudo haberse hecho, cómodamente en cuatro semanas y recorrer 400km al norte, fue 400km al sur, al Sinaí, y vagaron 40 años, hasta que Dios se quedó, sólo, con la nueva generación cuyo corazón no estaba inclinado a los dioses y costumbres de Egipto. Esta historia es también una parábola para todo pueblo, para toda persona que sigue vagando en su mente en lugar de seguir a Dios en Cristo.
VIAJE POR EL DESIERTO HASTA LA TIERRA PROMETIDA
Comenzando el cuarto libro de Pentateuco llamado «Números» –que refleja la dirección de Dios– prosigue el viaje del Sinaí a Cades Barnea. Moisés recibe la instrucción de censar al pueblo por sus tribus, por sus campamentos, unos 600.000 hombres. Yahweh envía codornices para el camino, pero María y Aarón murmuran contra Moisés. El pueblo es derrotado en Horma porque Israel peca contra Dios. Moisés vuelve a interceder ante la ira de Dios por el pecado del pueblo, pero esta generación morirá en el desierto por el que vagarán por 40 años por su rebelión. De nuevo llegan a Cades Barnea donde muere María, Números 20:1. ¿Cuántas veces murmuran los creyentes contra sus pastores, aunque estén estos obedeciendo a Dios? ¿Cuántas veces se peca en la Iglesia contra hermanos y contra los pastores? Dios lo sabe todo.
El pueblo vuelve a quejarse de sed haciendo que Moisés peque contra Dios al perder la paciencia y golpear dos veces la roca para sacar agua, atribuyéndose él el poder, en lugar de obedecer a Dios y hablarle a la roca. Muere Aarón quien participa en el pecado con su hermano, por lo que Aarón no entraría en la tierra prometida. Israel peca de nuevo y Dios envía serpientes ardientes que mataron a mucho pueblo, recibiendo orden de hacer una de bronce para que al mirarla fueran perdonados, Números 21:9. Moisés recibe la instrucción para el repartimiento de la tierra prometida. La «Roca» es Cristo, no hace falta golpear a Cristo crucificado, lo cual hicieron los que Le maltrataron, Él se entregaba a la muerte para darnos vida, pues la Ley de Dios castiga al pecador, y Cristo se hizo pecado por nosotros, es por esto que Moisés –símbolo de la Ley– golpea la roca. Moisés no puede entrar en el estado de gracia de la Tierra Prometida en esta vida, como la Ley no es necesaria ya en el Reino de Dios, pues el amor que procede de Dios es superior a la Ley.
En este punto Moisés designa como su sucesor a Josué por mandato de Yahweh, lo cual es anunciado al pueblo. Tristemente, Moisés recibe la noticia de que no entrará en la tierra prometida, pero exhorta al pueblo a la obediencia y recapitula la promulgación de la Ley. El Gran Mandamiento de Deuteronomio 6 es la famosa oración “Shema” que todo judío aprende. Moisés puede contemplar la tierra prometida desde el monte Nebo, tras su cántico, dejando a Israel antes de cruzar el Jordán.
DESPEDIDA Y BENDICIÓN AL PUEBLO. MUERTE DE MOISÉS
Deuteronomio 33 nos muestra la bendición de Moisés a las doce tribus de Israel. Tras este solemne acontecimiento, de gran importancia para Israel ante su inminente entrada en la tierra prometida, Moisés sube al monte Nebo, a la cumbre del Pisga, frente a Jericó –la primera ciudad que tomaría Josué al cruzar el Jordán– y Yahweh le mostró a Moisés toda la tierra prometida, diciéndole: “…Esta es la tierra que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré.” Deuteronomio 34. Y murió allí Moisés, de edad de ciento veinte años, y sus ojos nunca se oscurecieron ni perdió su vigor, y fue enterrado por el propio Dios en el valle, en Moab, donde nadie conoce el lugar de su sepultura. Israel lloró a Moisés treinta días.
Josué fue entonces lleno del espíritu de sabiduría porque Moisés le había impuesto las manos. Nunca más se levantaría un profeta como MOISÉS en Israel que hiciera todos los prodigios que hizo por mano de Yahweh ante todo Israel. Sin embargo, aun con todo lo que hizo, tendría que ser otro, Josué, quien lideraría la conquista de la Tierra Prometida, comenzando por cruzar al otro lado del Jordán mientras las aguas del Jordán se detuvieron para que cruzara el Arca del Pacto, portada por los sacerdotes, y todo el pueblo a continuación. Del mismo modo en nuestras vidas debemos llevar con nosotros, en nuestro corazón, en el Templo interior, en el Arca, una relación personal con Dios para entrar a conquistar ese estado de gracia que Dios da en nuestra Tierra Prometida, viviendo la vida de propósito y bendición que Dios quiere para nosotros, una vida que nos hará sentirnos realizados y en plenitud.
La estrategia antes de conquistar la nueva situación es prepararse en oración, ser muy valiente, tener mucha fe y obedecer a Dios, Josué 1. Estudiar bien la nueva situación y lo que requiere, como Josué envió espías a Jericó, Josué 2. Y cruzar el Jordán, siguiendo al Arca, Josué 3. El recuerdo del monumento de doce piedras del Jordán para recordar el paso de la vida anterior a la nueva vida en la promesa de Dios, Josué 4. El capítulo 5 de Josué habla de la circuncisión, pues la nueva generación no había sido circuncidada en el desierto. De esta forma encontramos el símbolo del que Jesucristo nos habla sobre la circuncisión del corazón, en espíritu para que nos amemos unos a otros. Josué se encuentra con el ángel príncipe del ejército de Yahweh, con la espada desenvainada, y vuelve a repetirse la situación que vivió Moisés ante la zarza ardiendo: «Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo». La toma de Jericó acontece después, con la seguridad de tener de su lado al Señor luchando con él y su pueblo.
Estas experiencias de Moisés y de Josué, son corroboradas por Jesucristo en nuestras vidas, pues todos estos pasos son necesarios para el éxito de nuestra vida junto a Dios, pues es Él mismo quien lucha con nosotros y quien nos da la victoria de una vida guiada por Su mano.
MOISÉS Y CRISTO – LOS LIBERTADORES DE LA ESCLAVITUD
Como vimos antes, la esclavitud puede ser física bajo un tirano, o puede ser al pecado, algo de lo que todos hemos de ser liberados, y de lo que no podemos por nosotros mismos. Pero veamos la simbología cristológica de la vida de Moisés en muchos acontecimientos de las vidas de ambos. Tanto a Moisés como a Jesús los intentaron matar los reyes cuando nacieron. Los dos rehusaron un reino aquí en la tierra. Ambos fueron rechazados por sus hermanos. Los dos eran líderes sobre Israel, y a ambos les obedecieron los mares. Moisés fue el gran libertador de Israel, y Cristo es el gran salvador de la humanidad. La liberación de la esclavitud simboliza la liberación del pecado. Moisés recibió la revelación del nombre de Dios, el gran Yo Soy, y Cristo declaró: “Yo Soy…”. Yahweh hablaba a Moisés, y Cristo nos habla a la Iglesia, le hablaba en el tabernáculo, mientras Cristo habla del templo de Su cuerpo, Éxodo 19:18 y Juan 2:19. Los 40 años en el desierto y los 40 días en soledad de Moisés, y los 40 días en el desierto de Cristo. La serpiente de bronce y Cristo en la cruz a quien miraremos para el perdón de los pecados, Números 21:9 y Juan 3:14-15. Los sermones de Moisés y los de Cristo, con el objetivo de enseñar que Dios busca nuestro corazón, porque la salvación no está lejos de Él, porque nos quiere dar la Tierra Prometida del Reino de Dios.
Moisés aparece en el Nuevo Testamento nombrado por Jesucristo y por los apóstoles, pero es en la transfiguración donde le vemos vivo de nuevo junto a Elías y al propio Jesucristo. Jesús menciona a Moisés constantemente en Su ministerio para hacer referencia a los mandatos de la Ley, Lucas 24:27, Juan 5:46, pero no solo por este motivo, sino para explicar la profundidad de la enseñanza de Dios, y hasta dónde quiere que entendamos, para vivir en el Espíritu. En el caso de la mujer adúltera, Marcos 10:4. Pablo, como maestro fariseo de Ley de Moisés, la utiliza para enseñar que por ella todos somos bautizados en ella, para que en Cristo podamos hallar el perdón del pecado del que la Ley nos condena, en 1 Corintios 10:2. También muestra que cuando se lee a Moisés hay un velo que no permite ver el Espíritu de la Palabra hasta que recibimos a Jesucristo, en 2 Corintios 3:15. Hebreos 11:23 nos recuerda la manera providencial de guardar con vida a Moisés, para volverlo a mencionar Juan en Apocalipsis 15:3 sobre el cántico de Moisés y del Cordero.
La transfiguración es el evento en el que vemos a Moisés junto a Elías y a Jesús en el monte, al parecer en una de las colinas del Hermón, hablando sobre Su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén, Lucas 9:31. Este hecho nos abre la puerta a ver como Moisés representa la Ley, de igual modo que Elías representa a los profetas, las dos figuras más reconocidas como tales para el mundo judío, y que también lo serían a la Iglesia, vivos junto a Jesús. No obstante la voz del Padre interrumpe para que los apóstoles, y a través del evento, nosotros, oigamos la voz del Hijo, quien es superior a Moisés y a Elías, quien da la interpretación profunda a la Ley, quien la cumple, quien es la Palabra de Dios viva, y quien cumple las profecías sobre el Mesías que había de venir al mundo, tanto para los judíos como para los gentiles su Salvador y quien nos introduce en la Tierra Prometida de nuestras vidas, y de la vida eterna, porque Él dijo: «Yo Soy la Puerta; el que por Mí entrare, será salvo» Juan 10:9.
CONCLUSIÓN
La Tierra Prometida es el anhelo de todo creyente, pero hay que ser valiente para salir de la esclavitud y seguir a Dios por el desierto dejando atrás todo lo que conocemos, a lo que estamos acostumbrados, y tener la determinación para conquistarla que tuvo Josué, y que tuvo Abraham cuando Dios le dijo: «Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las naciones de la tierra.» Génesis 12:1-3.
Por su parte Moisés, el libertador de la esclavitud nos ha dejado un legado que prevalece hasta hoy. El Pentateuco, los cinco libros de Moisés. No imaginaríamos la Biblia sin Génesis ni sin Éxodo, pero los cinco libros forman parte de las bases de la historia de la humanidad, de la creación, de la ley moral, y de la religión. Nos legó la Ley de Dios, la que comenzó con los 10 Mandamientos y que se completó hasta los 613 mandamientos y ordenanzas, la constitución de la nación de Israel, la guía de vida moral, la guía de festividades santas de Yahweh, y la institución de la religión para la expiación y el perdón de los pecados.
La Ley es un instrumento que sirve para que todo hombre, de toda nación y lengua comprenda que, ante la moral más alta de Dios, que la suya propia, queda condenado a muerte. Pero que Dios es bueno y misericordioso para perdonar, enviando a Su unigénito Hijo Jesucristo, quien cumpliría la Ley por nosotros, llevando en nuestro lugar nuestro pecado a la cruz. La resurrección es la prueba final de la obra del libertador que anunció Moisés, y es la entrada al Reino de Dios por la eternidad, con excepción de aquellos que estén vivos cuando Jesucristo vuelva y sean arrebatados al cielo mientras Él desciende, Apocalipsis 1:7 y 1 Tesalonicenses 4:17.
Como líder de su pueblo nos muestra que, aunque vivamos en el mundo bajo las tentaciones del pecado, aunque podamos tener un reino, la justicia y la misericordia son mayores, son una responsabilidad que tocará nuestro corazón, cuando somos llamados por Dios, como Moisés. Que todos pasamos desiertos para ser preparados por Dios, una vez llamados por Él –como lo fue Moisés– para que nuestro carácter sea refinado como instrumentos de honra en Sus manos. Que, con fe, aunque tengamos limitaciones, Dios nos prepara para que podamos llevar a cabo el llamamiento que nos da en la vida. Moisés nos muestra que Dios hace milagros, grandes acontecimientos, y que todo creyente llegará a ver la manera sobrenatural de actuar de Dios en su vida. También nos muestra la historia de Moisés, cómo nuestra familia, nuestros hermanos en la fe y nuestra nación fallarán, nos rechazarán y confrontarán por ser discípulos de Cristo, hijos del pacto con los “padres”, pero cómo también nos permitirá ganar a aquellos que son de Dios, y cómo por nuestras vidas transformadas por Su poder, ellos recibirán la fe.
Moisés fue un privilegiado en cuanto recibió la revelación del nombre de “Yahweh” pues no se lo había revelado a los patriarcas. Moisés es toda una escuela para los líderes de la Iglesia y para la Iglesia en sí, sobre la paciencia y misericordia, sobre el castigo de Dios y sobre Su perdón a los que se arrepienten. Su vida, junto a la de Josué hacia la Tierra Prometida es también una historia de esperanza para los grandes logros de nuestras vidas, nos equipa con visión de estrategia de oración, y de obediencia a Dios quien nos proveerá para cruzar desiertos de la vida, y para llevarnos a conquistar aquellas tierras prometidas de nuestras vidas para la gloria de Dios. Por último, la Ley de Moisés siempre será un recordatorio de la justicia de Dios, de cómo la Ley de Dios estará ahí para que todos vengan al arrepentimiento, y podremos usar su moral para la predicación del Evangelio. Así como aquel que llevó al pueblo hasta la Tierra Prometida, al final aparece en la transfiguración, nosotros seremos resucitados o arrebatados con Cristo si luchamos por conquistar la tierra prometida de nuestra vida, y lo haremos junto a Moisés, a Abraham y los patriarcas, los profetas, los apóstoles, y toda la multitud del pueblo de Dios, porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.
¿Saldrás de la esclavitud de este mundo, y del pecado? ¿Entrarás en tu Tierra Prometida? ¿Amén?