SIMÓN DE CIRENE

LLEVANDO LA CRUZ DE CRISTO

© Carlos Padilla – Junio 2008

El Señor siempre ha reservado a ciertas personas para que experimentaran especiales bendiciones y parte de la historia Bíblica, como es el caso de Simón de Cirene, pues lo lógico hubiera sido que uno de los discípulos de Cristo hubiese sido el que llevara la Cruz de Cristo para ayudarle hasta el Gólgota, la colina con forma de calavera, conocida también como Calvario. Otras personas escogidas fuera del grupo cercano al Señor, (Lucas 4:25 al 27), fueron la viuda de Sarepta de Sidón, a la que visitó Elías, o Naamán el Sirio, leproso limpiado por Eliseo. Sus corazones sí eran cercanos a Dios, como lo sería el de Simón de Cirene, cuya experiencia junto a Jesús cambiaría su vida para siempre, aunque no era todavía uno de sus discípulos.

Simón de Cirene es una figura de todos nosotros, con los que Jesús comparte Su obra, con quienes Jesús se hace nuestro compañero de sufrimientos y victorias en la vida, en la muerte y en la resurrección, nunca más nos separaremos de Él, “¿A donde huiré de tu presencia?” (Salmo 139:7) por la eternidad. En el momento en que llevamos Su yugo, llevamos la carga espiritual de la mayor misión en la que puede participar el hombre, la participación en el establecimiento del Reino de Dios, Universal y Eterno, y esta experiencia transforma nuestro corazón, es la unidad con Jesús, es comprender Su humillación y la nuestra, para gloria y exaltación, es la victoria del Rey de reyes en la mayor batalla jamás vencida, es compartir la lucha por amor de nosotros, de los hermanos, de Él, del Padre en el Espíritu. Llevemos la cruz de Cristo, nuestra propia cruz, y el yugo del Cordero, no hay mayor privilegio. La victoria es por Su mérito. Somos amigos del Rey del Universo, somos amigos personales del Hijo de Dios, del heredero de Dios y coherederos con Cristo. A Él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. ¡Amén!

Esta historia narrada en tres de los evangelios, (Mateo 27:32, Marcos 15:21 y Lucas 23:26), nos lleva a otra de tantas situaciones en la que compartimos la intimidad espiritual con Jesús, pero es aquí, bajo la Cruz, y hacia el Gólgota, donde a través de Simón de Cirene compartiremos uno de los mayores privilegios de un Cristiano.

“…Cuando salían, hallaron a un hombre de Cirene que se llamaba Simóna éste obligaron a que llevase la cruz. 33Y cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que significa: Lugar de la Calavera…” (Mateo 27:32).

“…Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirenepadre de Alejandro y de Rufoque venía del campo, a que le llevase la cruz. 22Y le llevaron a un lugar llamado Gólgota, que traducido es: Lugar de la Calavera”. (Marcos 15:21).

“…Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campoy le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús. 27Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él. 28Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos”. (Lucas 23:26).

 

EL CAMINO AL GÓLGOTA

Simón de Cirene venía del campo, llegaba antes de lo habitual porque se preparaba la fiesta en Jerusalén por la Pascua de los Judíos, y él pertenecía a la sinagoga de los cireneos. Al llegar a la ciudad se encontró una multitud y soldados romanos llevaban a tres hombres para ser crucificados. La mente de Simón se turbaría, como la de cualquiera de nosotros por aquello, aunque fuera habitual, y más por la cercanía de la Pascua, por la tarde, dejaría por un momento sus pensamientos al pasar cerca, tan cerca que se preguntaría: ¿por qué ese hombre va sangrando tanto y con una corona de espinas, nunca había visto eso antes, por qué le habrán hecho eso a este hombre, y a los otros dos no?, ¿quién será?, no se le reconoce. ¿Mujer, quién es ese hombre? es Jesús el Mesías. Jesús se cae con la cruz delante de Simón; no puede más porque ya está muy debilitado por el maltrato, la tortura y el escarnecimiento. ¡Pobre hombre! De pronto una mano golpea el hombro de Simón; ¡Eh tú!, ¡ayúdale a llevar la cruz hasta el Gólgota, vamos, rápido! Dios mío qué he hecho yo, por qué a mí, yo no Le conozco, no es mi amigo, solo he oído hablar de Él. Cogiendo Simón la cruz, llena de la Sangre de Cristo, la cual se impregnaría en su piel, en su pelo, en su ropa, en sus manos, se incorporó Jesús y poniéndose a su lado, como en un yugo, le miró. La mirada amiga y de amor profundo de los ojos de Jesús se clavaría en el corazón de Simón, una mirada que jamás olvidaría, una mirada que borraría todo juicio, que le haría su mejor amigo, una mirada que emanaría fe. “…Mientras íbamos juntos, Le escupían, Le apedreaban, Le injuriaban, mientras Él se sacrificaba por ellos, y por mí, no entiendo nada, pero aquí estoy yo, bajo esta pesada cruz, donde este hombre, dicen que el Hijo de Dios, ahora es mi amigo, mi mejor amigo, iba a morir”. No sabemos lo que se dirían durante la ascensión, pero seguro que Jesús agradecería al Padre por aliviarle la carga y enviarle a Simón, el escogido para ello. La oración de Jesús por Simón, su compañero de carga tronaría en el cielo. ¡…Abba, Padre, dale fuerzas a Simón, para que yo pueda cumplir Tu obra, y dale fe para que crea en la obra de tu Hijo, guárdale para mi reino”.

¿Qué le diríamos nosotros a Jesús si hubiéramos estado en la piel de Simón? Ahora sabemos la historia de Jesús y cómo ha cambiado nuestras vidas, pero entonces, sin saber sobre Él, no podemos conocer nuestra reacción. Lo cierto es que la experiencia de ir con Él hubiera sido transformadora para nosotros, sus ojos, sus palabras, la gente alrededor, unos clamando y otros despreciándole; Su presencia. Hoy sí podemos decirle muchas cosas al Señor: gracias por salvarme, por amarme aun en mis pecados, por mirarme y llamarme, por hacer Tu obra en mí cada día, por enseñarme cómo eres Tú, como cambiar y crecer en el Espíritu para estar ahí para Ti y para mis amigos en Cristo. Gracias por tantas cosas, por llevar esa cruz en mi lugar y por morir en mi lugar, por la resurrección y por la fuerza para vivir hasta que vengas, por cambiar mi corazón. ¡Auméntanos la fe y guárdanos bajo Tu sombra hasta aquel día!

Simón llegó hasta el final del trayecto, y dejó la cruz en el suelo, le apartaron y crucificaron a Jesús, y a los otros dos hombres. Desde ese momento empezaría la búsqueda de respuestas, la oración de Simón a Dios, las preguntas a los que le conocían. Simón sería transformado, nunca más sería el mismo, su familia sería transformada, sus amigos, al contar aquella experiencia. No se sentiría digno de haber compartido la Cruz del Señor, del Mesías de Israel y del mundo, pero agradecería al Padre por aquel privilegio. Su hijo Rufo sería llamado al ministerio, mencionado por Pablo en Romanos 16:13. Simón buscaría a Jesús una vez descubierto que habría de resucitar y que aparecería a los apóstoles, o quizá ya el mismo Señor se hubiese manifestado en sueños o visiones a aquél hombre, que desde luego no fue elegido al azar, sino que antes de nacer había sido elegido para llevar la cruz de Jesús y con Jesús en la que salvaría a la humanidad, los que creen en Él. Sería un hermano recibido fraternalmente entre la Iglesia. Bien podría ser esta la historia más aproximada de Simón de Cirene.

La esposa de Simón de Cirene, seguramente ya convertida, ya oraba por Él, lo cual podemos deducir por dos datos que la Biblia menciona: el primero es que sus hijos, Alejandro y Rufo son conocidos por la comunidad, al ser mencionados en el Evangelio, y porque Pablo había encontrado en ella a una madre: Romanos 16:13. Sus oraciones no podrían haber sido respondidas de mejor forma que poniendo a su esposo bajo la Cruz de su Señor.

La cercanía de Jesús en una circunstancia emocional, real, de tal calibre, harían que aquel hombre jamás en su vida olvidara a Su compañero de carga, una carga que a priori le parecería ajena, pero que, imaginémonos cuando Jesús resucitase al tercer día, lo que pensaría Simón. Él mismo había ido llevando la cruz por la Dolorosa, hasta el Calvario, el Viacrucis, y allí, Le vio ser crucificado. Y ahora aquél profeta estaba vivo, del que decían que era el Hijo de Dios. ¿Que hubiésemos hecho nosotros en aquella circunstancia, si no hubiésemos creído en Él durante el tiempo en que estuvo muerto el Señor? Hubiéramos indagado hasta encontrarle, hubiéramos buscado a los discípulos, o a su familia o a cualquiera que los conociese para averiguar de Él.

Una experiencia que haría que Simón comprendiera las palabras de Jesús a los Apóstoles cuando nos enseñaba a llevar nuestra propia cruz, cómo Jesús mismo nos ayuda a nosotros a llevar la nuestra, no nos la quita, lleva la mayor parte del peso de la carga, como nosotros tenemos que llevar la mayor carga de hermanos que no pueden, muchas veces tirar de sus vidas, en lugar de juzgarlos y condenarlos, cuando nuestro hermano/a es una oveja herida o perniquebrada, ahí estaremos, no mirando si son mejores o peores amigos, si nos caen mejor o peor, si son más o menos santos, nos bastará con saber que aman al Señor y que aman a los hermanos, porque todos tropezamos y fallamos muchas veces. Llevaremos la carga de un Cristiano, con la esperanza que da Dios de levantar vidas caídas, aunque sea difícil, porque Cristo no nos dejará solos en esta labor, ahí está Él, a nuestro lado, en la vida, en esta gran tribulación que se llama vida en la tierra, antesala de la vida eterna.

 

CUATRO VISIONES DE LA CRUZ

La primera es ante la imposición de llevar la cruz de Jesús hasta el Calvario, qué reacción tenemos cuando tenemos que llevar el evangelio a los demás, y cuando nos piden ayuda. La segunda es la actitud del malhechor que injuria a Cristo, por soberbia, por incredulidad. La tercera es la actitud del otro malhechor reprendiendo al otro, y pidiendo que Jesús se acordara de él cuando viniera en Su reino, y recibió por respuesta que hoy mismo estaría con Él en el paraíso. Estos dos hombres son las dos actitudes del hombre ante el Día del Juicio, una, la de despreciar la salvación por la sola fe, y la otra, la de reconocerse pecador, arrepentirse y clamar misericordia. La cuarta es ante la Cruz de Cristo que da Su vida por nosotros y nuestra relación personal con nuestro Salvador desde el momento de entender que Él ha muerto en nuestro lugar, que deberíamos ser nosotros y no Él, los que estuviéramos en aquella Cruz. Todas ellas comienzan en una calle, Vía Dolorosa, en Jerusalén, hace casi dos mil años, cuando el Hijo de Dios fue cargado con una cruz que llevaría junto a un hombre, que nos representa a todos: Simón de Cirene.

La carga de la cruz, es el yugo de Cristo, el cual nos invita a llevar con Él, del cual nos describe el mismo Señor su ligereza y facilidad de llevar debido al poder más grande que nos da Dios: el amor de Cristo. El yugo es una pieza de madera, que como todos sabemos sirve para que dos bueyes de carga tiren juntos. Pues bien, ese yugo es la misma cruz puesta en horizontal donde las dos partes que servirían para clavar las manos del Mesías, fueron puestas sobre los hombros de cada uno de los dos hombres, Jesús y Simón, cuando éste fue obligado a ayudar a Jesús a llevar Su cruz. Aquella obligación se convertiría para Él en un privilegio.

No es necesario decir que nuestra cruz no nos salva, sino la del Cordero de Dios, Yahshua el Mesías Jesucristo, y que por lo tanto la salvación no la aporta nuestra ayuda, nuestro testimonio, ni nuestro esfuerzo espiritual, sino la vida del Hijo de Dios dada y resucitada. Nuestras buenas obras, nuestro amor al prójimo y nuestro esfuerzo por los que necesitan, serían un testimonio de nuestra fe verdadera, pero nuestros méritos no nos salvarán, por eso murió Cristo por nosotros. Las obras en Su nombre son el fruto de la fe que nos ha dado por Su gracia. Pero Jesús ha dejado para Su esposa, la Iglesia una parte de la carga, como dice la Escritura: «…Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia», (Colosenses 1:24).

Llevar la cruz de Cristo significa llevar Su testimonio, predicar el Evangelio, hacer sacrificio de alabanza, fruto de labios que confiesan su nombre, (Hebreos 13:15), ser la sal de la tierra y la luz del mundo, proclamar Su obra entre los hombres, hablar en los lugares y circunstancias en los que nadie habla de Dios sino de las vanidades, del lucro y de la carne, defender por amor de ellos la salvación del alma y el arrepentimiento, publicar un tipo de conversación que no le gusta a la mente humana, porque la condena, porque le anuncia su caducidad y necedad. Además la cruz de Cristo implica llevar el sufrimiento que Él lleva viendo las almas perderse porque Le aborrecen a Él y a nosotros, por ver a la humanidad destruirse, a las personas dañándose mutuamente, por dominar, por envidias, por poder, por prevalecer, por odiar; todo lo contrario al amor de Dios, todo eso ha sido clavado en la Cruz en aquellos que Le aceptan como Salvador, cambiando sus corazones. La Cruz de Cristo implica que seremos aborrecidos, perseguidos, algunos matados, y toda esta tribulación es para la gloria del Señor, algo distinto al evangelio del bienestar, la prosperidad económica y las bendiciones que hoy buscan las multitudes en algunas iglesias espectáculo. Los cristianos somos llamados a llevar nuestra propia cruz por amor de Cristo, y por amor de los hermanos, lo vemos en (Gálatas 6:2 y el 1 Juan 3:16 y 17), este es nuestro Sacerdocio de Melquisedec, sacerdote para siempre, nuestro Señor Jesucristo.

 

TEXTOS BÍBLICOS

«…Mis amigos y mis compañeros se mantienen lejos de mi plaga, y mis cercanos se han alejado», (Salmo 38:11). Esta es la circunstancia de ver a los amigos y cercanos lejos cuando llevaba la Cruz.

«…Echa sobre Yahweh tu carga, y él te sustentará; No dejará para siempre caído al justo», (Salmo 55:22). Simón no dejó caído al Justo y le llevó la Cruz.

«…Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud. 28Que se siente solo y calle, porque es Dios quien se lo impuso, (Lamentaciones 3:27). Este es el yugo que el Padre le impuso a su Hijo para que salvara a Su esposa, la Iglesia.

«…Acontecerá en aquel tiempo que su carga será quitada de tu hombro, y su yugo de tu cerviz, y el yugo se pudrirá a causa de la unción», (Isaías 10:27). El yugo se pudrirá por la unción del Espíritu, porque ya no es por carga sino por amor de Dios.

«…Así ha dicho Yahweh: Guardaos por vuestra vida de llevar carga en el día de reposo, y de meterla por las puertas de Jerusalén, (Jeremías 17:21). Esto también se cumplió al morir Jesús, justo antes del día de reposo de gran solemnidad, el día llamado Gran Sábado de Pascua.

«…y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos, (Mateo 5:41). Simón fue con el Señor hasta el final, llevando la cruz durante aquella primera milla, y en su vida llevaría la cruz que es la segunda milla.

«…Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. 29Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; 30porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga, (Mateo 11:28). Esta es la enseñanza de Jesús, que el yugo que Él lleva es para la salvación de los hombres: Él conquistó este milagro, y nosotros lo proclamamos por los siglos.

«…¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? 5Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; 6y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. 7Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento, (Lucas 15:4). La Cruz de Cristo es la que da vida a la oveja perdida que es la Iglesia, que somos nosotros. Por nosotros dejó Su trono y bajó a la tierra, murió y resucitó.

«…Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo», (Gálatas 6:2). La Ley de Cristo.

«…Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, 13sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. 14Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado. 15Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; 16pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello. 17Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? 18Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador? 19De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien», (1 Pedro 4:12).

 

CONCLUSIÓN

Simón de Cirene, simboliza nuestra vida junto a Cristo para Su gloria, no porque nos obligue la religión, sino por amor a Él y a aquellos que Él amó y por los que murió. Es un acercamiento a la presencia del Señor en el Camino al triunfo eterno del Señor. Es caminar el camino de la cruz, la que debía haber sido nuestra ascensión para ser condenados, y que en nuestro lugar se ofreció Él; un símbolo que fue visto ya en Abraham cuando tuvo que ofrecer a Isaac, su hijo primogénito, que fue sustituido por un cordero; Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Cireneos, una pequeña comunidad griega entonces, del norte de África, hoy Libia. Simón, un privilegiado Judío que el Señor llamó para que recibiera la salvación del verdadero Mesías, para que hoy nosotros tengamos testimonio y alimentemos nuestro espíritu con una experiencia de aquella magnitud, que nos acerca a Jesús, a enfrentarnos al momento de nuestra muerte, para descubrir que el Señor mismo estará con nosotros también en aquel día en que seamos llamados para ir con Él, y con Él en Su venida, en el arrebatamiento, volando al cielo en alabanzas, al Reino Eterno, a las moradas que nos está preparando desde el corazón del Padre, para que lo afrontemos con confianza.

Ahora pues gocémonos en lo que padecemos por nuestro amado Señor Jesucristo, y en lo que padezcamos unos por otros, y cumplamos en nuestra carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia, (Colosenses 1:24). La gloria y la honra sean a nuestro Señor Jesucristo. ¡El Señor viene! ¡Amén!