LAS CADENAS DE LA CARNE

© Carlos Padilla – Junio 2022

Por muchos años he observado cómo hombres y mujeres creyentes viven atados por cadenas que ellos mismos se han fabricado. La Biblia habla de las cadenas y de las ligaduras, pero no en todos los casos se trata de las que nos autoimponemos nosotros mismos, sino que también habla de las que nos son impuestas por el mundo, por causa del Evangelio, a las que el apóstol Pablo se refiere en varias ocasiones. Hoy trataré de las primeras, las que el hombre se fabrica con sus propias ideas, por su egoísmo, y que son fruto de la idolatría del yo, de un ego que ciega a aquellos que anteponen las tradiciones de los hombres antes que la Palabra de Dios, y veremos que aunque existen desde siempre, en estos tiempos se cumple la profecía del carácter del hombre para el último tiempo, el que está haciendo que millones vivan atados por sus propias cadenas. ¿Cómo soltarte de tus propias cadenas de tu carne?

DOS CADENAS DE LA CARNE

Entre los muchos tipos de cadenas de la carne, quisiera centrarme solo en dos que llevan de cabeza a la iglesia y los creyentes desde hace muchos siglos: nuestros propios mandamientos a modo de propia ley, la cual nos separa de otros hermanos en la fe creando denominaciones de todo tipo, como ya hicieron escribas y fariseos con los que el propio Señor Jesucristo ya tuvo que lidiar. Y en segundo lugar, nuestra necesidad de conseguir las cosas por nuestros propios méritos y esfuerzos, lo cual alimenta al ego y en muchos casos son fruto de una tradición religiosa que fomenta la salvación por esos esfuerzos propios, la cual se constituye anticristo, pues la salvación la consiguió Jesucristo en la cruz por nosotros y se recibe por la fe. Estas dos cadenas de la carne, dos pecados son. Estas dos cadenas, a diferencia de muchas otras, no nos atan por nuestra debilidad natural, sino por la mente, y para que puedan atar a alguien, primero se deben aceptar e implementar racionalmente; no es por los instintos. Estas cadenas vienen por el engaño del “engañador”, pero el creyente que vive con Dios y que busca la santidad en su vida, puede vencerlas y deshacerse de ellas por el poder de Cristo y con la mente de Cristo.

Las dos armas de lucha para vencer estas y otras cadenas que nos atan por la mente, son la oración y el ayuno, y este no solo de comida, también de cosas del mundo que nos apartan de Dios. El verdadero ayuno al que se refiere el Señor en Isaías 58, es un Texto ideal para conducirnos por el camino de la liberación de las cadenas de la carne:

“…¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Yahweh será tu retaguardia”. Isaías 58:6-8.

LAS CADENAS DEL CRISTIANO

El apóstol Pablo también hablaba de sus cadenas, pero estas, a diferencia de las que hemos tratado antes, y que nosotros mismo podemos deshacer, las de Pablo y de cualquier cristiano que da frutos del Espíritu, eran consecuencia de la persecución por causa del Evangelio. También puede referirse a su propia carne, o a sus enfermedades, o lo que él consideraba una carga que dificultaba ser 100% libre de su carne para servir al Señor. Esa debería ser nuestra aspiración, pero sabemos que hemos de ser humildes y realistas, y aceptar que hasta que estemos en el Reino de Dios no dejaremos de lidiar con nuestra carne, y algunas de sus cadenas que nos tienen ligados a este mundo. Eso no significa que no podamos soltarnos de ellas, aunque no sea de todas, sí de las que más impiden andar en santidad y dar frutos del Espíritu.

Al centrarnos en las dos cadenas que fabricamos nosotros mismos, nuestra propia ley y nuestro propio mérito, nos estamos cargando con una pesada carga que nos va hundiendo en el camino, con un peso que se opone a las palabras que el mismo Señor nos mandó: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. 29 Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; 30 porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. Mateo 11:28-30. En efecto debemos aprender de Él cuando estamos trabajados y cargados, porque el yugo de Jesucristo no es la carga que nosotros nos imponemos a nosotros mismos. Nuestras cargas nos llevan al desánimo: “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos”. Santiago 1:8; a la depresión, a perder la fe y la confianza en Dios, porque, en el primer caso, nuestra propia ley, juzga al prójimo, y a sí mismo, y nadie está a la altura. Y en el segundo caso, porque no conseguiremos nunca hacer todo lo que queremos por nuestros propios méritos, sin la ayuda del Señor y sin la humildad de la cual habla. Jesús nos da el ejemplo de ser manso y humilde de corazón, y esto es lo que nos da el descanso de nuestras almas, si llevamos Su yugo, porque la carga la lleva Él con Su gran amor.

El dominio propio es uno de los siete dones de Dios para subir los peldaños de la escalera del crecimiento del discípulo de Jesucristo. Antes de tener domino propio se recibe la fe, y con esta comienza el primer peldaño, la virtud, y tras este subimos al peldaño del conocimiento, y este de Dios mismo y de Su Palabra, para que recibamos el tercer don, y subamos el peldaño del dominio propio, el cual nos lleva a la paciencia, que nos aporta la piedad, el afecto fraternal y la culminación de la escalera con el don del amor. El estudio Bíblico sobre La Virtud y los 7 Dones de Dios y la escalera se puede leer en este enlace: https://www.jesucristo.net/virtud.htm Es, pues, con el conocimiento y el domino propio que podremos soltarnos de las dos cadenas de nuestra propia ley de tradiciones y mandamientos de hombres, y de nuestro ego que quiere ganar todo por sus méritos. Hagámonos humildes ante el Señor quien nos dará el conocimiento que nos libra de los falsos profetas y falsos maestros, para dejar las cadenas del engaño de falsas tradiciones, y nos dará la paz para dejar en las manos de Dios los méritos, y nos convencerá de que es Él quien nos salva y nos bendice, nos ayuda y provee, y así nuestros esfuerzos seguirán Sus caminos, y no al revés de forma errónea haciendo nuestros propios caminos primero y buscando Su reconocimiento a nuestros méritos y reclamando Su bendición después. Ahora, libres de esas dos cadenas de la carne, podemos venir a Jesucristo, sabiendo que el Espíritu Santo nos enseñará ese conocimiento profundo de Dios, y nos guiará por caminos de justicia, no la nuestra, sino la Suya.

ORIGEN PROFÉTICO DE LAS CADENAS DE LA CARNE

La segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo, en el capítulo tres, describe cuál sería el carácter del hombre en los llamados “postreros días”, y es, precisamente ese carácter el que vemos en la sociedad actual y por el que sin darse cuenta, muchos han quedado atados con las cadenas de su propia carne. De nuevo vemos cómo las profecías Bíblicas vuelven a cumplirse. Más Jesús siempre es nuestro Salvador, además de para la eternidad, lo es para nuestra vida diaria, si venimos a Él, porque el mundo nos persigue como hizo Faraón con los israelitas al amargar sus vidas mediante un trabajo tortuoso, dificultándolo y exigiendo los mismos resultados para hacer ladrillos para las grandes obras egocéntricas de aquél rey, como explica mi estudio Bíblico  https://www.jesucristo.net/ladrillos.htm Pero, la buena noticia es que en el Reino de Dios no hay cadenas en toda la eternidad.

CONCLUSIÓN

Hemos visto que las profecías para los últimos tiempos nos hablan del carácter de los hombres en ese tiempo, y todo el mundo a nuestro alrededor comenta que la sociedad está cada vez peor y que la gente está cada vez más alejada del carácter de Dios. No debemos sorprendernos de ver en nosotros mismos atisbos de ese carácter con el que el mundo en el que vivimos nos contamina. Es por ello que el Señor lavó los pies a Sus discípulos, y así nosotros debemos hacerlo los unos a los otros, y mirándonos al espejo de Cristo para ver dónde estamos atados con las cadenas de nuestra propia carne. Él tiene la llave para abrirlas, y podemos venir a Él en oración para conocer de donde hemos caído y santificarnos.

Así pues, cuando nuestras cargas son tan pesadas que nos tienen atados en cadenas, cuando esas cargas nos las hemos fabricado nosotros mismos, imponiendo una ley con la que juzgar a otros y ninguno está a la altura, y nos separa de la familia o hermano en Cristo, o cuando no conseguimos hacer todo lo que creíamos que haríamos con nuestro mérito propio y nos sentimos lejos de Dios, vengamos a Jesús en oración, mansos y humildes de corazón y arrepintámonos de esa actitud. Solo así nuestras cadenas de la carne se soltarán y el Señor nos dará Su paz. Jesucristo ascendió al trono de la gloria 40 días tras Su resurrección, venciendo las cadenas de la muerte, y 10 días más tarde envió al Espírito Santo para bendecir a los que creen en Él dándonos el poder de librarnos de nuestras propias cadenas. Así como Él nos ha tratado, tratemos a los demás con piedad, compasión y misericordia, y reconozcamos nuestra incapacidad ante Dios pidiendo Su gracia, para hacer lo que Él apruebe, y hallaremos descanso para nuestras almas. Además veremos hacer a Dios en nuestras vidas y en las de nuestros seres queridos y hermanos en la fe, y veremos cómo nuestra fe y nuestra confianza en Dios crecen para nuestra bendición y para Su gloria. ¡Amén!