EL ESPÍRITU EN LA CRUZ
LA PUERTA AL TEMPLO DEL CIELO
© Carlos Padilla, Semana Santa Marzo 2018 – Pascua 14 de Nisán 5778
“Elí, Elí, ¿lama sabactani?” que traducido es: “Dios mío, Dios mío ¿porqué me has desamparado?” Mateo 27:46, fueron las palabras del Señor Jesús estando en la cruz. Después ocurrieron los siguientes hechos: “51 Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; 52 y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; 53 y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos.”
Sabemos que Jesucristo tomó la decisión de dar Su vida en sacrificio por nuestros pecados antes de la fundación del mundo, por voluntad propia y en acuerdo con Dios Padre, y lo hizo por medio del Espíritu eterno, Efesios 5:2, Hebreos 9:14, 1 Pedro 1:19-20. Para ello hubo de encarnarse para llevar a cabo aquella grandísima obra. Sin embargo estas dos obras de Cristo –ser desamparado y haberlo decidido voluntariamente– pueden parecer una contradicción a primera vista, pero si seguimos leyendo el Texto de la Biblia, se nos revela cómo y porqué esta era la única manera de abrirnos la puerta del Cielo para vida eterna, y sólo lo podía hacer el Señor Jesucristo, y lo hizo sabiendo que se enfrentaba a ser desamparado y cargado con nuestros pecados. ¿Ha entrado ya usted por la puerta del Cielo que abrió Jesucristo en la cruz del Calvario por el Espíritu eterno cuando se rasgó el velo de arriba abajo?
La obra del Espíritu Santo en la cruz de Cristo no es evidente a primera vista, la Biblia nos revela que la obra de la cruz fue posible por medio del Espíritu eterno, que sin duda es el Espíritu Santo. Esa profunda relación entre el Espíritu Santo y Jesucristo que comenzó antes de la Creación, llegaba a su punto decisivo en la cruz del Calvario, como leímos en el Texto inicial. Ese Texto concluye con la reacción del centurión y los testigos presenciales, en Mateo 27:54: “El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios.” Podemos leer la historia también en los otros tres Evangelios: Marcos 15:34, Lucas 23:46 y Juan 19:30.
JESUCRISTO ABRIÓ LA PUERTA AL TEMPLO DEL CIELO PARA LOS CREYENTES
Sabemos por las Escrituras que Jesucristo entregó el espíritu de forma voluntaria, esto es, decidió morir en el instante en que Él quiso; los soldados no tuvieron que acelerar Su muerte, como con los otros dos crucificados, porque apremiaba que muriesen antes de iniciar la pascua. Por tanto tenía autoridad sobre Su vida. Pero, el efecto que causó Su muerte para nosotros, para los que vendríamos a ser la Iglesia, desde entonces, fue abrir la puerta del Templo del Cielo, la puerta del corazón mismo de Dios, la puerta de un Templo no hecho de manos, no de esta Creación, que tiene un Lugar Santísimo y que requería de esta obra de uno que es Sumo Sacerdote para siempre. Su obra es en centro de la Historia de la humanidad. Una vez Jesús hubo abierto la puerta de la Salvación, podía venir el Espíritu Santo en nosotros dándonos el don de la fe para creer en esa obra consumada de la cruz de Cristo, Su eternidad, encarnación, muerte expiatoria, resurrección y ascensión en gloria, y a Quien esperamos en Su venida para establecer Su Reino.
EL TEMPLO DEL CIELO – JESUCRISTO EL CORDERO DE DIOS
Hebreos 9 explica cómo estaba establecido el sistema del Templo, la justicia de Dios y cómo funciona la obra expiatoria que perdona nuestros pecados, y porqué Jesucristo tuvo que dar Su vida cumpliendo las ordenanzas del Antiguo Pacto o Testamento y cómo establece el Nuevo Pacto o Testamento. Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el Cordero definitivo que acaba con los sacrificios. Tras el segundo velo, estaba la parte del Tabernáculo que se llama Lugar Santísimo, donde sólo podía entrar el sumo sacerdote, una vez al año, no sin sangre, que tenía que ofrecer tanto por sus propios pecados como por los del pueblo, y con esto, el Espíritu Santo daba a entender, según el versículo ocho, que el camino a aquel Lugar Santísimo no se había manifestado. Pero estando ya presente Cristo, Sumo Sacerdote sin pecado y eterno, entrando en el Cielo mismo, en otro y perfecto Tabernáculo no hecho de manos, no de esta creación y con Su propia sangre obtuvo eterna redención.
DIOS HABITA EN NOSOTROS
Ahora que hemos seguido el origen y el propósito de la obra de Cristo, y cómo desde antes de la fundación del mundo, Él ya vio nuestra caída y nos amó, proveyó para que pudiéramos tener esa especial y privilegiada relación con el Padre en Su nombre y por el Espíritu, entremos confiadamente por esa puerta, porque podemos vivir y experimentar esa relación para la cual es necesario que comprendamos y aceptemos humildemente lo que Pablo recibió en clara revelación de Dios en su carta a los Romanos. En el octavo capítulo leemos que ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, con una justicia cumplida gracias al Espíritu Santo, verdadero protagonista de nuestra vida cristiana y quien tiene el mérito de ser Aquel “Parákletos” que anunció Jesús antes de ascender trono de gloria.
Leemos algunas características de que Dios habite en nosotros por el Espíritu Santo: “4 para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 5 Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. 9 Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. 11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.
Por tanto el Espíritu Santo ha de habitar en nosotros, si somos de Cristo, y Él mismo nos resucitará o arrebatará en el día postrero. Y de la misma forma, Santiago 4: 5 dice: «¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que Él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?” una preciosa afirmación que el creyente puede experimentar a diario según trabaje su relación con el Espíritu Santo para ser lleno de Él. Y ese mismo Espíritu que mora en nosotros, también es el mismo que mora en el Templo del Cielo, el cual es Dios mismo: Apocalipsis 21:22 “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero.
Dios es el Templo, y el Cordero, y el Espíritu que mora en nosotros y en el Cielo.
CONCLUSIÓN
Jesucristo nos salva de la muerte y del infierno eternos si hemos recibido la fe en Su obra, la hemos entendido y aceptado. Si es así, hemos recibido el bautismo del Espíritu Santo, quien lleva trabajando por nosotros desde antes de la fundación del mundo, como hemos visto en los Textos de la Biblia. Jesús se ofreció con el poder del Espíritu eterno, y en Su muerte venció a la muerte y al pecado, abriéndonos, tras el velo de la religión, la puerta a la relación personal con Dios. Hoy, y hasta que vuelva para llevarnos a la nueva Creación, somos Templo de Dios y el Espíritu Santo habita en nosotros dándonos entrada permanente al Templo del Cielo, al mismo corazón del Padre, en Jesucristo.
¿Entró ya usted por esa Puerta del Cielo y vive cada día Su relación personal con Dios? Solo necesita la fe en la obra de la cruz de Cristo por el Evangelio, reconocer su pecado, y pedirle a Dios que more en su corazón por Su Espíritu. Ore a diario, hable con Dios y estudie la Biblia siempre. Esta Semana Santa, la Pascua de la Pasión de Cristo sea cumplida en cada uno de nosotros para la gloria de Dios, y habitados por el Espíritu Santo, seamos guardados porque Jesucristo vuelve. A Él sea la gloria. ¡Amén! ¡AleluYah!